He buscado
mil razones y unas cuantas más, mientras caminaba por las calles de Trujillo, a
mis 32 años ya le cogí cierta insana costumbre al fracaso sentimental. A
malinterpretar las señales femeninas, a llegar, sin darme cuenta, a la terrible
“friendzone”.
Son las
cuatro de la tarde y a pesar del clima refrescante y soleado se me viene a la
mente un recuerdo, más de otoño o invierno. Giuliana, tan bonita, así de
simple, así de compleja en su interior. La conocí unos años atrás en mi etapa
desordenada y sin rumbo, trabajaba entonces para un conocido Banco y a pesar de
mi situación, no pasó desapercibida aquella chica de piel blanca y modales
recatados; lo digo porque yo en esa época buscaba algo, digamos, más común y
accesible.
Nos
saludamos, aún recuerdo que solo hubo cierta sonrisa mutua y mi atención
desviada a alguna de sus amigas; es extraño como juega el destino, siempre te
toca seguirle los pasos aunque sus finales no terminen siendo de película o
novela barata. La despedida fue igual de austera, simple, sin indicadores que
me hicieran creer que algún día volvería a saber de ella, tal vez una cita, un café,
una charla nocturna, solo empezó con un hola y terminó con un entrecortado adiós.
Nunca dejé
de pensar en ella, pero de alguna forma le había puesto candado a ese
sentimiento inicial. Casi nunca le escribía o dejaba “likes” en sus fotos (por
cierto, que fotos para más ocurrentes y bonitas… debo encontrar otro adjetivo
calificativo, porque “bonita”, con ella, me sigue quedando corto).
Fue hasta un
par de años después que aceptó salir conmigo y fue frente a ella que me di
cuenta que ese “no dejar de pensar en ella”, tenía un motivo real, específico,
simple y sincero. Estaba total y completamente enamorado de una idea que se fue
transformando en mi mente segundo a segundo, contrastando el tiempo que pasó
desde el primer día que la vi hasta aquella noche que la tenía frente, tan
cerca, tan juntos que casi podía respirar de su pensamiento.
Luego de
aquella noche, empecé a frecuentar a Giuliana, un par de salidas, algunos
inconvenientes que pude salvar graciosamente y la paciencia que no me conocía
anteriormente, para saber esperar y entender que ella era una chica muy
ocupada. Con ella ser yo mismo era lo más fácil del mundo, reírnos de todos
inclusive de nosotros mismos era pan de cada día; no puedo negar que adoraba
tenerla en mi vida, aunque solo fuese una visita premeditada y desconociendo
que la eternidad no estaba dispuesta a darnos una manos, no conmigo, no para
ella, no con nosotros…
Han oído la
frase:“ interpretaste mal las señales”?; pues yo tengo una maestría en el tema,
creo que pronto ya me dan el doctorado. Si algún don me dio la vida,
definitivamente no fue el de la percepción emocional. Claro que no me
arrepiento, lo de fingir cariño de amigos cuando por dentro estas rogándole al
tiempo que se detenga para robarle un sigiloso beso, no va conmigo. Eso de la
hipocresía sentimental me parece el nivel más bajo de autoestima al que un ser
humano puede llegar y yo no estaba dispuesto a soportar eso con alguien que me
hacía temblar de solo recibir uno de sus “hola”.
Ahora que
recuerdo, me alejé de ella luego de unos comentarios confusos y situaciones
raras que por alguna razón ya no recuerdo, pero, que tenían que ver con un
desborde emocional de mi parte y un rechazo no tan sutil de ella. Bueno de alguna
forma tenía que enterarme que estaba regando flores en el desierto no?. Me
llamó un par de veces al ver que no respondía los mensajes y debí ser
groseramente educado. Aprendí que el
mejor instinto de supervivencia es saber cuándo decir adiós.
Empieza a
atardecer, siento algo de frio y me prendo un “puchito”, tiempo que no fumo, la
nostalgia escarba mis más penosos vicios veinteañeros. No volví a saber de ella y
ya van dos años, me centré en mis proyectos, me decepcioné de las decepciones y
decidí que la mejor forma de amar a alguien que no te corresponde es conservar ese
último buen recuerdo y ese “tal vez” que lastima dentro, pero, cuyo dolor te
hace sentir vivo. Aquel ultimo recuerdo, aquel almuerzo, aquella ansiedad
inicial que no me dejaba estar quieto. Sus ojos curiosos observando por todos
lados y sus nerviosos y torpes movimientos que aprendí a disfrutar secretamente
y me daban tranquilidad. Nos fuimos y en un gesto inesperado me cogió del
brazo; quizá muchas personas no sepan que hay situaciones que uno desea
congelar en el tiempo, justo en ese segundo, en esos cortos instantes hubiese
dado la mitad de mi tiempo en este mundo porque sus manos se quedaron en mis
brazos unos segundos más, una pequeña e inverosímil eternidad.
Llego a mi
pequeño departamento y me pongo a buscar recuerdos sobre Giuliana, es un martes
nostálgico, y que martes no lo es?; impecable situación la mía, tengo tan poco
desorden que estresa encontrar tan rápido una cajita empolvada en el rincón más
olvidado de la habitación. La abro y es como si la viera a ella misma, esos
ojos que no se me quitan de la mirada, que no son azules ni llegan a ser
totalmente verdes. Planee en mi mente mil y un veces la forma en la que le
daría aquel detalle, aquella cajita simple con el lazo rosado. Imaginé su rostro
viendo el contenido, tan bonito, tan sencillo, tan ella.
Lastíma
tanta cobardía, tal vez si hubiese tenido algo más de paciencia, quizá si mi fe
en lo que sentía me hubiese permitido intentar algo más y no dejarla ir…
Ya es de
noche y aún no he cenado, el hambre siempre pude casi tanto como la nostalgia (me
rio para mis adentros… lo necesito), cojo la vieja casaca y enrumbo al chifa de
la esquina, no puedo sacarla de mi mente, hoy será una larga noche y una muy
corta cena. Camino unos pasos y entro al establecimiento, un huequito muy decente,
donde lo mejor es la atención y la paz que reina dentro. Como velozmente y
luego de pagar la cuenta es que me paso a la tienda a comprar el ultimo “puchito”
necesario” de la noche.
Sé que no
dormiré hoy, que me la pasaré pensando en Giuliana y que en el fondo necesito
al menos un día a la semana para rendirle mis sentimientos y deseos profundos.
Sé que ella me recuerda, aunque solo sea un recuerdo vago, fugaz y perecedero.
Se tantas cosas y al mismo tiempo solo quisiera recordar porque es que me alejé
de ella, de sus ojos, de su piel blanca y tierna, de su imperfecta forma de ser
que me tenía hecho un loco cualquiera, de su vida, de mis días.
Camino un
poco más y el cigarrillo casi se termina mientras me veo sentado frente a mi
departamento, con tantas ganas de llorar y reír al mismo tiempo. Debo entrar y
me niego, a creer que por un instante tuve la gloria y decidí por el infierno, pero, ya
está todo hecho, así que es mejor tirar la colilla e irme adentro. Es martes de
nostalgia, es martes y ya es de noche en la tierra como en el cielo.